Lo primero fue el habla. Una necesidad de sentir la compañía
de los otros, de arrancarse de la originaria soledad, de emitir sonidos que la
lengua fue articulando, modulando, convirtiendo en palabra. A esa voz,
enriquecida a lo largo del tiempo, el “filósofo”, como llamaban a Aristóteles,
dijo que era un soplo, un “aire semántico”. No sólo un grito. Ese aire decía
cosas, señalaba los árboles, los mares, las estrellas, alumbraba ideas que, en
principio, eran “lo que se ve” y en esas “visiones”, creaba comunidad,
solidaridad, amistad. Surgía así un universo en el que los seres humanos
comenzaron a sentirse y entenderse.
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Extraído de: Mythos
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Segunda entrevista
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